Antes de que la Tierra Existiese
Antes de que la Tierra respirara, antes de que el tiempo llevara su nombre, sólo existía el Silencio Cósmico.
Un vasto útero oscuro, lleno de potencial, donde el aliento aún no se había separado del fuego.
En ese vacío fértil, las primeras estrellas fueron las semillas.
Ardieron con fuerza y pasión, como los primeros latidos del corazón del universo. Vivieron poco, pero en su muerte ,en la danza final de sus supernovas, entregaron su cuerpo al cosmos, como diosas antiguas que paren universos.
De sus entrañas surgieron los elementos sagrados: carbono, hierro, agua en forma de polvo helado, oro, y el aliento del oxígeno.
Estos fragmentos de estrella ,nuestros ancestros celestes, flotaron durante eones como polvo sagrado, sin forma, sin dirección, pero con propósito.
Entonces, en un rincón de la espiral galáctica, el Espíritu del Sol despertó.
Su nacimiento fue una llamarada de conciencia. A su alrededor comenzó a girar la materia que sería la cuna de mundos.
Así se formó el Gran Disco Solar, un círculo sagrado donde los sueños de roca y agua empezaron a moldearse.
Y en ese círculo, entre el caos y la danza gravitatoria, la Tierra comenzó a gestarse.
Primero fue fuego y magma, luego carne de piedra, y más tarde, útero de vida.
La Tierra no nació sola. Nació de las memorias de estrellas muertas, del sacrificio de soles, del polvo de los ancestros cósmicos.
Es una hija del misterio, una biblioteca viva de la memoria estelar.
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